Carlos iba
todos los días a trabajar al cementerio
de Avellaneda, era el cuidador. Siempre iba y volvía caminando, ya que vivía a
pocas cuadras de allí.
Una noche lluviosa de mayo, Carlos estaba
vigilando el cementerio cuando de un segundo al otro se cortó la luz. Estaba
acostumbrado, ya que estos cortes se provocaban por un salto de térmica. Al
parecer no eran las térmicas, sino un corte general. Carlos estaba obligado a
quedarse cuidando el cementerio, entonces se puso a escuchar música.
A medianoche se escuchó un trueno que retumbo en todo el cementerio. Asustado
y nervioso, se sacó los auriculares y comenzó a vigilar con una linterna.
Parecía que estaba todo bien, hasta que comenzó a escuchar gritos. Al principio
se escuchaban a lo lejos, entonces supuso que venían de afuera, pero cada vez
se escuchaban más cerca. Nervioso, comenzó a vigilar más atento. De pronto, chocó
con algo: y era una caja con agujeros en la tapa. La agarró y la llevó hasta su
cabina.
Luego de una caminata rápida, abrió la caja.
Al levantar la tapa, vio una cosa peluda: era un peluche, como un pequeño
osito. A Carlos le gustó, entonces se lo quedó y lo dejó arriba de la mesa.
Ya eran
casi las tres de la mañana, cuando Carlos salió a dar una vuelta por el
cementerio.
Cuando volvió vio al peluche en otro lugar. No
le dio mucha importancia, y comenzó a escuchar música de nuevo. De pronto,
escuchó que le tocaban la ventana dos veces, se sacó los auriculares y no vio
nada.
Luego
de unos cinco minutos, volvió a escuchar que tocaban la ventana. Ahora asustado,
se sacó los auriculares y nuevamente no
vio nada. Pero esta vez, no estaba el peluche. De pronto comenzó a escuchar
llantos muy fuertes que parecían venir del cementerio. Entonces, salió a ver de
dónde venían los llantos. Pasó por donde estaban los enterrados, pero seguía
escuchando los llantos a lo lejos, luego pasó por los nichos y también se
seguían escuchando a lo lejos.
Por último, llegó a las bóvedas y comenzó a
escuchar más cerca los llantos. Luego de
unos minutos llegó al lugar de donde provenían los llantos: era la bóveda de la
Familia Blumer, la familia más rica del distrito. Miró a través del vidrio y
vio una silueta. Parecía la de una niña.
La miró detenidamente y reconoció que era una de las niñas de la familia
Blumer, que estaba sosteniendo algo. Era un peluche, su peluche, el que se había
encontrado en la caja. El peluche no era tierno como el suyo sino que su cara
inspiraba miedo y le brillaban los ojos.
De
repente, escuchó un grito y casi sin respirar, se dio vuelta. Vio una cosa peluda
gigante: el peluche estaba endemoniado. Carlos comenzó a correr por el
cementerio y, mientras escapaba del
peluche, pensaba que quizás se estaba volviendo loco, que era todo producto de
su imaginación; pero rápidamente lo desechó.
Corrió por todo el cementerio hasta que se detuvo en los nichos ya que no
aguantaba más. Se tiró contra la puerta para perder de vista al peluche, pero
este lo vio y comenzó a avanzar hacia él. Carlos trató de moverse, pero su cuerpo
no se lo permitía, ya casi no tenía aire. A pocos centímetros de Carlos
el peluche se detuvo y susurrando
le dijo: “Tu trabajo te trajo hasta tu destino final”. En ese
momento, Carlos sintió como penetraba el cuchillo en su corazón y pocos segundo
más tarde, Carlos murió.